«¿Qué cosa más dura que las piedras? ¿Qué más blando que el agua? Pues el agua blanda socava la dura peña.»
Publio Ovidio Nasón (43 a.C.-17 d.C.)
Kafka es uno de los pocos escritores cuyo estilo ha dado nombre a un adjetivo: kafkiano. ¿A qué nos referimos con él? A la cualidad de una situación que aparenta ser simple, habitual, pero que conforme nos introducimos en ella genera una gran angustia y sufrimiento. Si hay alguien a quien no le quede todavía claro el significado de este calificativo, le recomendamos que una de estas frías tardes de diciembre, junto a la chimenea o al calor de una buena mesa camilla, lea “El proceso” o “La metamorfosis” para comprender a que nos referimos. El escritor checo parte de situaciones cotidianas hasta llegar al punto de agobio en el que lo único que deseamos es poder escapar de ellas cuanto antes. Y es que, esta época del año tan propicia a furiosas tormentas, rabiosos temporales u otros inclementes fenómenos invernales −a cuál más sobrecogedor− parece fácil pensar en finales escalofriantes o terroríficos.
Lo que ya no es tan frecuente es que eso mismo ocurra en lugares maravillosos y propios de una cálida postal vacacional. Nos referimos a lo que está sucediendo en la isla canaria de La Palma desde el pasado 19 de septiembre. El volcán Cumbre Vieja, dormido hace cincuenta años, se despertó con una nueva erupción que aún sigue activa en la actualidad. Imágenes propias del principio de los tiempos abren los noticiarios cada día haciéndonos ver como normal lo que hasta hace bien poco era algo impensable. Junto con la espectacularidad de la erupción asistimos impotentes a la destrucción de cultivos, carreteras y casas. Participamos del sufrimiento de personas que pierden lo que tienen sin aspavientos ni dramatizaciones. Se les ve recogiendo lo poco que pueden salvar y despidiéndose para siempre de lo que hasta entonces había sido su hogar, con los esfuerzos y recuerdos de toda su vida.
Precisamente a una de estas sufridas víctimas de la catástrofe le preguntaron su opinión sobre la terrible situación y su respuesta fue no menos rotunda: “Es el precio de vivir en el paraíso”.
Sí, ya sabemos que no hay rosas sin espinas, que cualquier beneficio tiene su contrapartida. Antes del euro existía el dicho de: “Nadie da duros a peseta”. El vivir en un lugar como La Palma, lugar paradisiaco donde los haya, tiene el riesgo de que en cualquier momento puede llegar su final, pero ¡ay!, nunca pensamos que sea ahora y precisamente a nosotros. Aunque la valía de las personas se mide precisamente en estos instantes de zozobra, y es que “Todos somos capitanes con el mar en calma”, pero cuando llega el momento de la verdad, es cuando se ve de qué pasta estamos hechos.
Para poder superar tan duros trances hay pequeñas ayudas que pueden ser de gran utilidad, como la que podemos llamar la “Regla de las cuatro aes”. ¿A qué nos referimos con esta nueva regla mnemotécnica? Simplemente a la forma en que debemos afrontar aquellas situaciones de la vida en las que nos encontramos ante una pronunciada cuesta arriba. Veamos dicha regla y su utilidad práctica. Ante un problema inesperado que parece superarnos debemos:
- Aceptar lo inevitable de la situación. No debemos perder tiempo ni energía en lamentaciones del estilo de por qué ahora, por qué siempre a mí… Ver tal cuál es la situación y reconocerla en su justa medida, ni más ni menos.
- Asimilar lo que implica para cada uno de nosotros, darnos cuenta qué significado encierra, cómo cambia lo que hasta ahora había sido así. Es esta incorporación de las nuevas circunstancias lo que nos permitirá, teniéndolas en cuenta, tomar la mejor de las decisiones.
- Actuar una vez discernida la mejor opción dentro de las posibles. El peor libro escrito es mejor que el más excelso de los libros imaginados. Debemos emprender el camino que hemos considerado mejor, sin perder tiempo en más disquisiciones inútiles que en realidad denotan nuestro miedo a la equivocación o a tener que admitir un fracaso.
- Aprender del resultado, puede que hayamos acertado, ¡enhorabuena!, o puede que hayamos errado el tiro, pero entonces tendremos más información para hacerlo mejor la próxima vez.
La vida es una sucesión de dificultades y eso la hace tan interesante. Cada vez que superamos una en nuestra profesión o en nuestro entorno personal respiramos aliviados y alcanzamos una gran satisfacción. Y es que, para luchar con ánimo sin desfallecer y disfrutando del paraíso, debemos reconocer que la posibilidad de acabar en un infierno es absolutamente real.
Dr. Manuel Álvarez Romero, Médico Internista
Dr. José Ignacio del Pino Montesinos, Médico Psiquiatra