Juan J. Bretón García
Según la OMS, el uso racional de los medicamentos implica que los pacientes reciban la medicación adecuada a sus necesidades clínicas, en las dosis correctas, durante un período de tiempo verificado y al menor coste posible. A pesar de los esfuerzos nacionales e internacionales, la propia OMS cree que el 50% de los medicamentos se prescriben, dispensan o venden de forma inapropiada y la mitad de los pacientes no los toman correctamente. Aproximadamente el 30% de los ingresos en urgencias son consecuencia del uso incorrecto de las medicinas. Se estima que unas 250.000 personas mueren en USA al año a causa de efectos nocivos de fármacos. Un caso paradigmático fue el de la aspirina, responsable de muchas hemorragias digestivas.
Algunos frecuentes malos usos de medicamentos son la polifarmacia, toma de antibióticos para infecciones no bacterianas, el empleo de vías de administración inadecuadas o la automedicación favorecida por una propaganda agresiva, que promete resultados espectaculares sin base científica segura. Esto propicia que en muchos países del sur de Europa, como España, haya una elevada tasa de resistencia a infecciones microbianas. Es habitual que en los hogares se acumulen medicamentos que no llegaron a usarse completamente. El Ministerio de Sanidad calcula que uno de cada cuatro ciudadanos tiene en su domicilio envases de fármacos aún sin empezar, lo que supone hasta 45 millones. Algunos están caducados y otros son de difícil identificación al carecer de prospecto. Existe la tentación de ofrecerlo a un amigo o vecino que sufre molestias similares; se corre así el riesgo de enmascarar una enfermedad grave o de provocar reacciones indeseables, caso de los antiinflamatorios; los ansiolíticos pueden agravar una depresión y hay muchas interacciones que el ciudadano común no conoce. Además, existe la perniciosa creencia popular de que los fármacos tienen tal poder curativo que no se necesita mayor esfuerzo, como hacer dieta, dejar de fumar o prolongar el reposo; Se anuncian medicamentos “para mantener el ritmo” o “para descansar”, ignorando que la naturaleza tiene sus leyes, que hay que respetar para lograr el equilibrio físico y psíquico. En este asunto, nuestro mea culpa es que a veces es más sencillo y rápido contentar al paciente que razonarle, no siendo infrecuente que se valore más al profesional que más receta. Afortunadamente, ahora hay pocos errores de dosificación o interacción; los programas informáticos avisan inmediatamente si hay algún problema en nuestra prescripción y hay excelentes guías accesibles a través de la Web. Una demanda pendiente es la necesidad de utilizar exclusivamente los nombres genéricos de los fármacos y que todos los principios activos se formulen de forma idéntica y en cajas del mismo color. Se evitarían así confusiones, que agradecerían muchas personas mayores o con deficiencias visuales. El uso razonable y racional de los medicamentos precisa que los médicos estemos alerta, generemos confianza y dediquemos un tiempo, que seguimos necesitando y demandando, a hacer entender bien a nuestros pacientes las características de nuestras prescripciones.