* Este artículo amplía el publicado en núm. 121 de Andalucía Médica (marzo-abril 2017), escrito en coautoría con el Dr. Manuel Álvarez Romero, y titulado: “Bienvenidos al infierno”.
“El infierno son los otros.”
Jean-Paul Sartre (1905-1980)
- INTRODUCCIÓN
La leyenda de la Ciudad sin nombre es un divertido e interesante western musical de 1969, basado en el musical Paint your wagon (1951) de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe, autores que con el tiempo seguirían triunfando con obras tan inolvidables como My fair lady (1956).
La obra teatral obtuvo éxito en Broadway y pronto se pensó en una adaptación cinematográfica protagonizada por Bing Crosby y Gary Cooper. Ésta no se produjo y, en 1969, llegaría gracias al guionista Paddy Chayefsky, único autor hasta la fecha (junto con Woody Allen) ganador de tres Oscars al mejor guion original. Fue también la última obra dirigida por el realizador Joshua Logan, responsable de filmes como Picnic (1955) con William Holden y Kim Novak, o Bus Stop (1956) con Marilyn Monroe y Don Murray.
La banda sonora es clave en el éxito de la obra. Ha sido de los discos más vendidos en la historia de los Estados Unidos, ocupando el número 1 de ventas más de siete meses. Su autor es Nelson Riddle, director de orquesta y arreglista con éxitos tan conocidos como «Strangers In The Night» para Frank Sinatra, o numerosos álbumes y conciertos con Ella Fitzgerald, Dean Martin, Nat King Cole, Judy Garland o Linda Ronstadt. Ganó hasta tres Oscars, el primero por la música para la versión de 1974 de El gran Gatsby, y el último en 1986, póstumamente, por el arreglo de Lush Life para Ronstadt. En nuestra película podemos disfrutar ya en el inicio con la trepidante “Pinta tu carreta” (Paint your wagon) y, a lo largo de la proyección, con otras melancólicas “Al viento le llaman María” (They call the wind Maria), divertidas como “Las cosas mejores” (Best things) o clásicas, especialmente la inolvidable “Estrella errante” (Wand’rin’ star) entre otras muchas otras canciones. Y es que, a pesar de su duración, la música acompaña y mantiene el interés en los personajes y en el devenir de su historia.
- LA HISTORIA
Ésta comienza con la caída de una carreta barranco abajo en el que muere uno de los ocupantes mientras otro queda malherido. El socarrón vividor Ben Rumson (Lee Marvin) acude al rescate, y cuando se dispone a enterrar al fallecido, se percata de la existencia de oro en la tierra, por lo que grita: “Tomo posesión de esta tierra en mi nombre y en el de mi Socio (Clint Eastwood)”, que es el otro superviviente. A partir de ahí un grupo de buscavidas (todos varones) de distintos pelajes y nacionalidades se asientan mientras buscan oro en la zona. Pero la rutina se verá interrumpida cuando llega un mormón con dos mujeres y decide venderles una al mejor postor. La armonía que disfrutaban el bebedor Ben y el pacífico Socio −a pesar de su diferencia en edad, objetivos y valores− se ve puesta a prueba cuando al despertar Ben de una borrachera gana la puja (uno de los momentos hilarantes y ejemplo del buen humor que aparece salteado durante toda la historia) e incorpora a Elizabeth (Jean Seberg) al hogar. Inicialmente es sólo la esposa de Ben, pero el tiempo ira complicando las relaciones en un clásico triángulo amoroso. Otro efecto colateral de su matrimonio es la celotipia progresiva de Ben, debido a ser el marido −en una población de cuatrocientos hombres− de la única mujer que hay en más de cien kilómetros a la redonda.
Es entonces cuando Ben y el Socio para paliar esta situación deciden secuestrar a una diligencia que llevaba prostitutas a otra población. Para los interesados en las técnicas psicoterapéuticas de la intención paradójica (también conocida como psicología inversa) les resultará muy interesante la actuación del Socio cuando convence al resto de los colonos para que realicen dicho rapto. Casi al final de la cinta será precisamente Ben quien la emplee con el Socio para que tome una importante decisión, pero no adelantemos acontecimientos.
Con la llegada de las nuevas residentes y la atracción que provocan en los campamentos cercanos, la Ciudad sin nombre crece y se transforma en una verdadera urbe con edificios, salones y tiendas. Es entonces cuando un atribulado pero enérgico predicador llega a la ciudad y, al percatarse de cómo viven (incluida la anómala situación de nuestro trío protagonista), intenta cambiar el estilo de vida “pagano” que mantienen. “Bienvenido al Infierno” es la frase con la que Ben le saluda al encontrarlo en un túnel excavado para hacerse con el polvo de oro caído bajo el suelo en los casinos, pero eso llegará más adelante.
- LOS PROTAGONISTAS
La película, recibida con críticas desiguales, resulta inolvidable para un cinéfilo amante de aventuras, música y humor. Escuchar cantar al duro Clint Eastwood (“Más que un actor es un sombrero, un sombrero bien puesto, cuando se lo quita desaparece”, Julián Marías dixit) o a Lee Marvin en la clásica “Estrella errante” (sorprende su vis cómica durante todo el filme) resulta una agradable sorpresa. También lo es la belleza de Jean Seberg, tristemente desaparecida en París apenas diez años después por una sobredosis de barbitúricos.
- EL COMENTARIO
Las casi dos horas y media de la película esconde −bajo una fachada de inmoralidad, vicio y alcohol y para quien lo sepa ver− un entrañable canto a la audacia, la lealtad, el compromiso y, sobre todo, a la auténtica amistad.
Como ocurre en todas las historias, sean cuentos, novelas o películas, hay ideas o frases que son como las pepitas de oro que buscaban nuestros protagonistas. Un tesoro que se encuentra escondido en el barro y cuya aparición compensa y justifica el esfuerzo empleado en conseguirlo, y es el eje alrededor del cual gira toda la película.
Ben afirma que hay dos clases de personas: “Las que van a alguna parte y las que se quedan”, y él mismo y su Socio representan respectivamente a cada una de ellas.
También asegura que el infierno está en el encuentro entre personas (en inglés sería el juego de palabras intraducible: Hell is in Hello). Y la frase de Sartre que encabeza el artículo hace referencia a este infierno: las relaciones personales.
Casi veinticinco siglos después de Aristóteles el ser humano sigue siendo el mismo zoon politikon del filósofo estagirita. Y es que Sartre necesitó explicar a qué se refería con la famosa y malentendida afirmación que antecede. Merece la pena recordar su aclaración:
“Han creído que quería decir con ello que nuestras relaciones con los otros están de antemano emponzoñadas, que eran relaciones prohibidas. Pero es algo muy distinto lo que yo quiero decir; que si las relaciones con otro son deformes, están viciadas, entonces el otro no puede ser más que el infierno. ¿Por qué? Porque los otros son en el fondo, lo más importante que hay en nosotros para nuestro propio conocimiento. Nos juzgamos con los medios de juzgar que nos dan los otros. Diga lo que diga sobre mí, siempre incluyo el juicio de otro. Lo que quiere decir que si mis relaciones son malas, paso a estar en total dependencia de otro y entonces, en efecto, estoy en el infierno porque dependen demasiado del juicio de otro. Pero esto no quiere decir que no podamos tener otras relaciones con los otros. Lo único destacable es, simplemente, la importancia capital de los otros en cada uno de nosotros.”
Valga esta larga cita —las cursivas son nuestras— para confirmar que las relaciones sanas resultan fundamentales en el desarrollo de una vida normal, y que el escritor existencialista tan sólo advierte del verdadero peligro que las amenaza.
Por si no quedara suficientemente claro, en otro momento Ben asevera: “La nieve puede quemar tus ojos, pero solo las personas pueden hacerte llorar”. De nuevo una seria advertencia del riesgo que entraña una mala relación. Y es que suena muy romántico decir: “Me asfixio sin el aire que tu respiras” (Oh, là là, l’Amour!); pero si ello fuera real representaría el súmmum de la dependencia. La relación ideal es aquella en la que dos personas sanas y autónomas (recordemos, sin entrar en política, que la independencia total no sólo es desaconsejable sino, además, imposible) deciden libremente unirse y ayudar al bienestar del otro, haciéndolo partícipe del propio y favoreciendo que alcance el suyo. Es obvio que como la perfección absoluta no existe en este universo (siempre habrá pérdida inútil de energía y consiguiente aumento de entropía), necesitamos compartir nuestros miedos con alguien capaz de aliviarlos.
Pero si la pareja se basara únicamente en este utilitarismo, emplear al otro como medio de lograr bienestar, esto sería una fuente segura de insatisfacción. Si viajáramos al siglo anterior al de nuestra historia, el escritor también francés Antoine Rivaroli retrataba con acierto ese tipo de relación:
“El gato no nos acaricia, se acaricia contra nosotros”
Entonces, ¿cómo es la relación adecuada, el sano encuentro que conduce a la felicidad? Dejemos que un epiléptico ruso, hijo de un médico y de otro ilustre —aunque atormentado— novelista del siglo XIX, Fiódor Dostoievski, dé la pista:
“Me pregunto ¿qué es el infierno? Y sostengo que es el tormento de la imposibilidad de amar”.
Pues ya conocemos cómo debe ser la relación que evite la llegada a ese lúgubre estado infernal. Igual que en nuestra película, en la vida debemos asegurarnos de que haya a quien amar, alguien cuyas necesidades estén por delante de nuestros caprichos. Y no resulta difícil de encontrar, tan sólo debemos estar atentos a nuestra familia, los amigos y, por supuesto, también en nuestro trabajo.
- EPÍLOGO
Ya para terminar, reconozcamos que la película tiene evidentes carencias inherentes a su estilo, pues sólo es una comedia musical. No olvidemos que esto es Hollywood, y que da una visión ciertamente edulcorada de lo que tuvieron que ser aquellos tiempos para los hombres y mujeres que debieron vivirlos.
También, es evidente que a nivel histórico obvia el papel de la herencia española o de los nativos indios en el nacimiento de la gran nación que hoy denominamos los Estados Unidos de América. Y, a nivel existencial, más que centrarse en advertir del riesgo de lo malo (recordemos los momentos melancólicos de Ben en relación con el alcohol), la película −parafraseando al terapeuta austroamericano Paul Watzlawick− enfatiza lo bueno de lo malo.
Finalmente, es importante y debemos reconocer que en la historia queda claro que cada ser humano participa en su futuro con las elecciones que realiza frente a lo que la vida le ofrece. Aunque dos personas vivan en el mismo ambiente cada una escogerá su camino. Un camino que puede ser la permanencia en el mismo sitio superando errores con nuevas decisiones correctas; o bien, partir y empezar de nuevo en otro lugar como una “estrella errante” en el cielo.
Disfrútenla sin prisas, pasen un rato agradable repleto de pasión, música y, sobre todo, buen humor.