Juan J. Bretón García
Recientemente se ha publicado un libro que relata la contribución de los jesuitas ilustrados españoles a la farmacopea: la quina, el mate y el curare (Núñez de Castro, Ed. Mensajero). De su lectura surge la reflexión, preñada de tristeza, de cómo España ignora frecuentemente a sus grandes personajes, dando preferencia a biografías de corto recorrido y fama poco fundamentada, pero que se esgrimen como banderas ideológicas. Si Nelson es venerado en el ideario anglosajón, nuestro almirante Blas de Lezo, que fue estratega de mayor talla e imbatido, sufre de oscurecida memoria. Hay alguna excepción: hace poco, la Comunidad de Madrid dedicaba un hospital a Isabel Zendal, solícita enfermera de los niños de la expedición Balmis, la de la viruela, viaje singular del que dimos cuenta en este espacio; por aquel entonces hubo en España bastantes médicos que, hijos de un humanismo enciclopédico, eran asimismo geógrafos, botánicos, naturalistas y dibujantes, que se lanzaron a arriesgados viajes científicos. Sus acciones parecen legendarias, por lo dilatadas e ímprobas y colocan a nuestro solar nacional entre los más avanzados de los siglos XVII y XVIII. Paradigma de ellas es la importantísima expedición de Malaspina (1789-1794), al servicio de la Corona española y a la altura de los más afamados viajes de Humboldt, Cook o La Condamine. A estos últimos, sus coetáneos dedicaron honores y reconocimiento a través de los siglos, mientras que pocos escolares españoles han oído hablar de Malaspina y otras grandes expediciones científicas españolas, como La Expedición Botánica de Ruiz y Pavón al Virreinato del Perú (1777-1788), con el apoyo del médico Joseph Dombey, que fue de las primeras en interesarse en las virtudes medicinales de las plantas autóctonas. La Real Expedición Botánica a Nueva España (1787-1803) fue dirigida por el médico y botánico Martín Sessé y exploró un inmenso territorio entre las actuales California y Nicaragua, junto a las islas de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo. La conocida como expedición de la quina (1787-1808), producto entonces llamado “polvo de los jesuitas”, fue liderada por José Celestino Mutis, médico de amplísimos conocimientos que, tras varios intentos, logra el apoyo de Carlos III para financiar la Real Expedición al Nuevo Reino de Granada; durante 20 años estudió flora y fauna de aquella vasta región. Precisamente la observación y cultivo de la quina, único fármaco entonces conocido contra la malaria, fue uno de sus objetivos, junto al té y la canela en territorios americanos. Hasta la fecha, solo se publicó un catálogo de su obra en 1928 y ha sido el instituto Colombiano de Cultura Hispánica quien recopiló la mayor parte de su correspondencia y manuscritos lingüísticos. Gran parte de estos ilustrados de talla genial sufrieron a su regreso la indiferencia de sus coetáneos, cuando no la represión del autoritarismo de Fernando VII -el “Rey Felón”-, período que provocó el atraso social e intelectual de España y la guerra civil por la cuestión sucesoria. La imperiofobia y la leyenda negra se encargaron luego de hacernos creer en nuestra falsa inferioridad y responsabilidad histórica, grave error que aún está por enmendar, para conocimiento de futuras generaciones