Juan J. Bretón García
Sobre este punto reflexionaba hace poco un ilustre pensador (Pedro Talavera, 2019) argumentando, en síntesis, que la irrupción del pensamiento posmoderno en la medicina la hacía más deshumanizada y utilitarista, especialmente en el campo de la investigación biomédica, de la que denunciaba su subordinación a intereses poco altruistas. Importante cuestión, para la que es conveniente una breve introducción sobre el pensamiento postmoderno y en particular el denominado “débil” (G. Vattimo). Hasta principios el siglo XX, la ideología que movía el mundo (la Modernidad o ideal ilustrado) se fundamentaba en los “grandes relatos”, como el del cristianismo o de la metafísica; Existía consenso general sobre la realidad de las cosas o la causalidad y en que el devenir tenía una finalidad, religiosa o cósmica. Este es el pensamiento “fuerte”. El modelo de hombre es el apolíneo, dotado de sentido y finalidad en su vida. Por contra, la postmodernidad (Heidegger, Nietzsche, existencialismo, estructuralismo, etc.) aboga por un modelo dionisíaco, donde la realidad carece de sentido, únicamente la existencia lo tiene y la realidad es una “pura fábula”; solo vale lo instantáneo y triunfa el instinto sobre la racionalidad y moral establecida. A la caída de la modernidad contribuyó la estrepitosa quiebra de los valores que decía representar, con la explotación laboral, el colonialismo, dos guerras mundiales e incontables regímenes totalitarios y conflictos armados locales que aún perduran. No es de extrañar el desencanto de muchos filósofos, que niegan que se pueda imponer cualquier modelo de Humanidad, llegando a proponer que la realidad no es sino la que construye cada hombre según su propio modelo. Es el nuevo Superhombre, libre de ataduras. Hay un proceso de “deconstrucción” de las personas, las cosas y los acontecimientos, que ahora se interpretan como puro subjetivismo.
Si bien aún no se ha llegado a la aniquilación de los valores tradicionales, es innegable que el pensamiento débil ha penetrado en la sociedad y en la medicina, afectando al lenguaje y la práctica; algunos advierten de que la tecnología y ciencia biomédica se orienta al servicio de ese nuevo Superhombre, sometido solo a sus deseos y criterios. Los valores éticos quedarían en entredicho y solo valdría lo útil y rentable. Se vaticina un triste futuro para el médico, condenado a ser sólo un peón al dictado de los caprichos sanitarios de cada momento y de intereses comerciales. Sin embargo, la filosofía posmoderna elude las mas profundas pulsiones individuales, como es dotar de sentido a la vida, vida que se plasma en angustia, al autorreconocerse el ser humano como un ser- para- la-muerte (Heidegger). Dentro de cada uno, nos agobian las antiguas cuestiones fundamentales: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? Y especialmente: ¿Qué debo hacer y qué no? A lo que habría que sumar la necesidad del hombre enfermo de alguien que le ayude a recuperar el bienestar o aliviar el sufrimiento. Preguntas y situaciones que pueden negarse como una ilusión, sí, pero a las que sólo una concepción de la vida y de la práctica médica fundamentada en valores universales puede dar respuesta. La medicina y la investigación podrán afectarse por la postmodernidad, pero el médico no lo hará, ya que entonces tendría que asumir su misión y su labor como una farsa. Cosa que no creo que ninguno esté dispuesto a aceptar.