Jose Manuel Gonzalez Infante
Hace ahora algo más de un año, publiqué un artículo en esta misma columna, sobre los errores a que conduce el prescindir del Tiempo Histórico, en relación a unas exigencias injustas que se hacían a España desde la Norteamérica Hispana, la hermana nación mexicana.
Lamentablemente, como los hombres «somos los únicos animales que tropezamos en la misma piedra varias veces», me veo en la necesidad de tener que volver a repetir similar argumentario, al producirse nuevamente hoy, el mismo error que entonces.
Me refiero al irracional furor iconoclástico -desencadenado en la Norteamérica anglófila- promovido por el desplazamiento de sentimientos de culpa a una época histórica y a unos personajes que, o bien resulta un anacronismo inaceptable, o peor aún, un hecho profundamente injusto al recaer sobre quienes, adelantándose a su tiempo, pusieron los cimientos de la lucha antiracista y antixenófoba; estoy pensando en el legado español de la colonización americana, sustentado en la evangelización de Fray Bartolomé de las Casas y Fray Junípero Serra, entre otros muchos, y el humanismo renacentista de los Reyes Católicos, plasmado en la Ley de Indias.
Es a esta época y a éstos personajes históricos a quienes se responsabilizan de las acciones execrables de racismo americano en la actualidad, promoviéndose un comportamiento más propio de formas de pensamiento regidos por la magia imitativa que por el pensamiento lógico-racional de la posmodernidad de nuestro siglo XXI.
Ciertamente a las muchas virtudes del pueblo americano del norte, posiblemente no pueda añadírsele un vasto acervo cultural universal, lo que justificaría, solo en parte, este vandalismo socio-cultural, cuyas raíces están mucho más hundidas en el inconsciente colectivo humano que en la formación educativa recibida. La psicoanalista Anna Freud aisló del conjunto de mecanismos de defensa del yo que describió, uno al que llamó precisamente «desplazamiento» , caracterizado porque cuando la energía psíquica producida por una emoción o afecto muy sensible al propio yo lo bloquea y atenaza, es desviada del agente productor a otro objeto. Se trata de un engaño compensatorio inconsciente, mediante el que se pretende mitigar el dolor que representaría aceptar el carácter propio del trauma productor del conflicto.
Pero lo sorprendente a cualquier español medio, es que este movimiento reivindicativo antixenófobo -plenamente justificado como clamor de justicia por el asesinato de un hombre negro de manera tan vil- se haya extendido a nuestro país, además de como clamor solidario por los derechos humanos -lo que nos alinea dentro de un antiracismo militante- también imitando el mismo comportamiento vandálico contra nuestro legado histórico-cultural, de los norteamericanos, lo que resulta manifiestamente inaceptable desde cualquier consideración historiográfica.
Nuestros antepasados y muy especialmente los personajes cuyas estatuas son profanadas y humilladas, están siendo sometidos a un enjuiciamiento ético que, además de no estar en concordancia con su comportamiento real, regido por principios morales del más alto nivel, desarrollaron su cometido hace quinientos años, por lo que es inaceptable que se denigre hoy su memoria y lo que aún es peor, se los utilice como ofrenda expiatoria de conductas inaceptables moralmente en nuestros días.
Que esto lo hagan quienes por no ser españoles desconocen nuestro patrimonio histórico, es un comportamiento cuya carencia de rigor historiográfico, lo convierte en una frivolidad inadmisible, pero que en España se den similares comportamientos es algo manifiestamente denigrante para cualquiera de nosotros. Aquellos que desde aquí se suman a estas injustas vejaciones, asocian a su ignorancia de la memoria histórica de su país, una ideología cargada de resentimiento y fomentada por quienes han sido competidores de nuestra nación desde hace siglos.
El analista existencial Viktor E. Frankl establece un juicio sobre los conceptos de mérito y culpa que pueden sernos de utilidad en este momento. Dice: (…)el hecho de pertenecer a un determinado pueblo o nación no representa, de por sí, ni un mérito ni una culpa. Y sigue Frankl, la culpa comenzará cuando el individuo, supongamos, no fomente las dotes peculiares de una nación o descuide o entorpezca los valores culturales de su nación; el mérito, de otra parte, consistirá en tratar de superar ciertas fallas caracterológicas del pueblo de que se trate, en un esfuerzo consciente de autoeducación.
Desde luego, quienes desde España se suman al furor iconoclástico anglosajón, carecen de la culpa frankliana porque no pueden no fomentar lo que desconocen, de ahí que tampoco puedan llegar a entorpecer los valores culturales, aunque inconscientemente lo intenten; además, carecen igualmente del mérito de intentar corregir aquellos errores -achacables a todas las naciones históricas- al ser incapaces de concienciar sus propias fallas caracterológicas individuales, herencia de la comunidad nacional de la que forman parte.
Indudablemente resulta sumamente penoso llegar a ser consciente de esta falta de culpa y de mérito, posiblemente por eso quienes así proceden, tengan que movilizar mecanismos defensivos inconscientes, como el desplazamiento, para así no tener que enfrentarse a la más dolorosa de sus realidades existenciales, su inconsciencia e irresponsabilidad como personas. (Nota aclaratoria: para V.E. FRANKL los dos hechos fundamentales de la existencia humana son la «conciencia» y la «responsabilidad»).