Por José Manuel González Infante
¿Por qué LAÍN ENTRALGO dedica un capítulo de su libro,”La relación médico-enfermo”, al que llama “momento ético-religioso” de esta relación interpersonal? Pues sencillamente porque los intervinientes son personas y como tales se sitúan por encima de lo físico, de lo psíquico e incluso de lo espiritual de cada uno de ellos, estableciéndose una unidad de acción, una verdadera comunidad interactuante movida por una causa común.
Antropológicamente pueden delimitarse distintos niveles de sufrimiento, un nivel físico (dolor), un nivel psíquico (miedo, angustia) y un nivel al que llamaré noético (como «intuición» del «sentido» de la existencia). Estos niveles son como escalones conformados por los distintos grados del «sentido» adquirido por el sufrimiento; de manera tal que su superación se alcanza por pura elevación, consiguiendo el sentido superior en el nivel noético. (FRANKL; GEBSATTEL).
El médico al aceptar al enfermo transmite a éste la esperanza de encontrar, en principio, un sentido a su sufrimiento y progresivamente, alcanzar el de mayor nivel; pero a su vez, cuando el propio médico por auténtica compasión a su enfermo, se arriesga él mismo a enfermar, su acción comporta, no solo dar sentido a las vivencias del enfermo, sino además, a iluminar las suyas propias venciendo los niveles físicos y psíquicos, y por elevación, encontrar el auténtico sentido de su existencia.
Creo que la acción del Experto en humanidad -el médico vocacional- propicia el compromiso interhumano entre dos personas, cuyas existencias encuentran su verdadero sentido iluminándose recíprocamente. (Ver artículo anterior a éste).
Aunque donde mejor se aprecia esta dinámica entre médico y enfermo es en el campo de la Psicoterapia, no es de ninguna manera privativa sólo de ella; hay circunstancias en la vida que, debido a su trascendencia cualitativa y/o cuantitativa, convierten la relación médico-enfermo en un acto de cooperación transformadora, en la que una evidente dimensión ético-religiosa parece impregnar los sucesivos momentos de la acción del médico, haciendo éste lo que debe hacer guiado por lo que verdaderamente es como persona.
Valores como la humildad y el sacrificio son considerados por uno de los cultivadores de la Psicoterapia Antropológica, V.E. von GEBSATTEL («Imago hominis». Edit. Gredos. Madrid, 1969. p. 15) como ingredientes importantes del por él llamado «Hombre-Persona«, contrapuesto al que denomina «Hombre-Individuo«. Me van a permitir, para sustentar lo dicho, citar literalmente a von GEBSATTEL transcribiéndoles unos párrafos tomados de la p. 18 del libro referenciado:
…»comprendemos al prójimo guiándonos por nosotros mismos. Y esta comprensión, repito, no es un acto intelectual, sino humildad vivida. Al mismo tiempo es el sacrificio de todo lo que contradice dentro de nosotros al Hombre-Persona y se opone a su primado sobre el HombreIndividuo».
Si bien es desde el hacer de la Psicoterapia de orientación Antropológica, desde donde mejor se entiende el sentido ético y el trasfondo «cuasi religioso» de la relación médico-enfermo, no tenemos necesidad de recabar su concurso para obtener una imagen auténticamente vivida de dinamismos como éstos; es suficiente con mirar lo que entre nosotros está aconteciendo hoy, estamos sometidos a una terrible pandemia que ha puesto a prueba la consistencia de la clase sanitaria de nuestro país, que ha sabido revalidar con marcada solvencia su título de Expertos en humanidad.
Los sanitarios españoles venciendo sus miedos y superando sus egoísmos, han sabido y han podido anteponer la compasión -en la cúspide de su nivel noético- a cualquier tipo de nihilismo reduccionista.
Estamos ante la más clara muestra de la auténtica razón de ser de ese conjunto de hombres y mujeres que trascendiendo los límites del «Sistema Experto» en el que sociológicamente están incluidos -Sistema Sanitario- han encontrado el verdadero sentido de sus existencias como personas.
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