El advenimiento de la era digital y la posibilidad de compartir un enorme volumen de información de modo casi instantáneo ha sobrepasado la capacidad humana de efectuar un análisis intelectual de tantos datos. No hace mucho, la práctica de la medicina se basaba en la experiencia personal y los conocimientos adquiridos a partir de textos de consulta, revistas de impacto y ocasionalmente estancias en centros sanitarios de gran prestigio e influencia, así como asistencia a congresos. Esto producía una cierta asimetría formativa entre los círculos profesionales con acceso a fuentes de información y facilidad de desplazamiento respecto a otros cuyas circunstancias no les permitían estar al tanto de los últimos avances.
Uno de los efectos beneficiosos es la universalización del conocimiento en medicina, que está al alcance de cualquier profesional en cualquier punto, sin precisar grandes recursos tecnológicos. Son bien conocidos los motores de búsqueda en grandes bases de datos estructurados, para localizar adecuadamente el tipo de información que se busca, pero aun así, y como es fácil comprobar, se obtienen o excesivos resultados o no totalmente representativos de lo buscado. Falta lo que se encuentra en la llamada “literatura gris”, que figura en canales no convencionales, o en las redes sociales, y que aportan información muy valiosa. A esto se une ahora la capacidad de obtener información desde los múltiples dispositivos electrónicos inteligentes que interactúan entre pacientes y médicos. El desafío actual es integrar estos datos para obtener conclusiones útiles en materia preventiva, diagnóstica y terapéutica y en el menor tiempo posible. Esta integración supera la capacidad de un software convencional, y de ahí surge el concepto Big Data (en castellano macrodatos), término de reminiscencias orwellianas, y cuya definición “clásica” es que se trata del manejo de datos que contienen una mayor variedad, que se presentan en volúmenes crecientes y a una velocidad superior («las tres V») y cuya explotación es útil para abordar problemas antes insolubles. Más brevemente, cualquier cantidad voluminosa de datos estructurados, semiestructurados y no estructurados que tienen el potencial de ser extraídos para obtener información. De modo que serían relacionados millones de datos que antes quedaban aislados o compartimentados en categorías cerradas. Según algunos entusiastas del Big data, su aplicación a la investigación médica podría obtener la cura del cáncer y otras enfermedades muy graves en breve plazo. Por supuesto, se prevé su aplicación a medicina poblacional y preventiva o para rápido control de brotes epidémicos, como el actual de coronavirus.
Siempre que hay un gran cambio, hay suspicacias: ¿acabarán los macrodatos con la figura tradicional del médico y su actividad? Es posible que las decisiones clínicas se tomen por potentes programas que analizan y consideran miles o cientos de miles de datos concernientes a un enfermo concreto y los relacionen con otros tantos provenientes de múltiples fuentes de saber. Mientras, el facultativo solo tiene que poner en marcha el software adecuado y esperar. ¿Serán los médicos meros generadores de datos y expertos en su manejo virtual? Es posible que, como tantas promesas de avances fabulosos, la cosa no llegue a tanto; pero casi siempre la vida real supera a la ficción, y puede ser que, tras el Big data, asistamos al advenimiento de cambios trascendentales en nuestro modo de vivir y curar. Esperemos que para bien de la humanidad.