Dr. José Manuel González Infante
Nuestros comentarios de hoy van ha tener como protagonista a la Mitohistoria, que como ya conocen mis lectores a través de anteriores artículos, constituye un sector del quehacer historiográfico que pretende deducir del “mundo mítico” todo lo que éste ha aportado a la construcción del “mundo real” pasado y, al presente que nos ha tocado vivir; así como extraer lo que nos enseñan los mitos como corolario de acontecimientos históricos anteriores.
Partiendo de este llamémosle principio universal del mito, nos valdremos de un relato mítico de alto valor pedagógico y ampliamente difundido, en el seno de nuestra cultura occidental, a través de la prosa literaria, la poesía, la música y sus medios de expresión los libros, el teatro, la danza, etc., me refiero al Mito del Doctor Fausto.
Como ocurre con algunos personajes míticos, la realidad histórica del Doctor Fausto ha sido suficientemente documentada, permitiéndosenos así conocer muchas características suyas que posibilitan comprender mejor su ulterior mitificación.
Johann Georg Faust nació en 1480 en Knittlingen (Alemania) y murió en 1540. Teólogo, sabio y nigromante, se le supuso por parte de sus contemporaneos que, frustrado frente a su insaciable deseo de saber e inagotable afán de disfrutar de los placeres mundanos, hizo un pacto con el diablo, al que vendió su alma, a cambio de 24 años de ilimitada capacidad para poder satisfacer sus deseos. Lo que se le concede por Mefistófeles. Glosado el mito por diversos escritores no muchos años después de la muerte del personaje, han sido varios los trabajos literarios que han llegado hasta nosotros respecto al Dr. Faust y su azarosa vida, pero es el genio de GOETHE el que nos ha transmitido el mito con mayor convicción, mediante un poema dramático que ve la luz en 1808 y, al que sigue una segunda parte aparecida en 1832.
El poder casi demiúrgico con el que Mefistófeles dota a Fausto, se convierte para el sentir de muchos eruditos, en una categoría del espíritu humano y una característica específica del que se ha llamado Hombre Fáustico. Lo fáustico se hace sinónimo del predominio de la praxis sobre las ideas. Piénsese que uno de los axiomas fáusticos fundamentales considera que: “En el principio fue la acción”, es decir, lo importante no es la razón como principio rector de la vida y el desarrollo humanos, sino la praxis. Pero, además, se trata de una praxis carente de cualquier referencia moral. Lo importante es la producción de bienes útiles.
La tendencia a la acción sin frenos morales y dirigida exclusivamente a la producción, facilita la gestación de una avaricia compulsiva conformadora de una existencia centrada en el tener.
La razón instrumental de la que se dota el hombre fáustico, incrementa, en base a su eficiente utilidad productiva, el que se experimente como un nuevo demiurgo, avivándose así su afán de poder ilimitadamente, cuya expresión se traduce en una irrefrenable y diabólica soberbia.
Tanto la tendencia a la acción, como la amoralidad, la avaricia por tener, el afán de poder y la soberbia son contravalores que en el mito del Dr. Fausto de Goethe conforman, auspiciados por Mefistófeles, la personalidad del protagonista. Pese a ellos, Fausto es capaz de revertir su contrato de compraventa y salvarse. ¿Podremos los humanos de hoy, portadores de ese mismo bagaje de valores invertidos, llegar a conseguirlo? Desde luego, si dotados de esa guisa pretendemos edificar nuestra existencia y la de nuestro mundo, parece poco probable. ¡A la vista están los resultados! De éstos, todos somos responsables, aunque, ciertamente unos algo más que otros. He aquí el reto a que se enfrentan hoy aquellos que, por delegación de la mayoría, son los responsables de la toma de decisiones, están obligados a impedir que el “poder fáustico” sea el que las motive.
Sírvannos a todos la función pedagógica del Mito para rectificar.