Es don Quijote de la Mancha obra cumbre de la literatura española, finísima ironía sobre los valores caballerescos de finales del siglo XVI. Pletórica de bellos términos y giros gramaticales, refranes y lances divertidos, se escribe en una época en la que los escritores debían conocer y manejar bien los ricos matices del idioma castellano.
Por el contrario, encontramos en la materia médica, que diría Dioscórides, una penosa pobreza idiomática, con fuerte implantación de palabras anglosajonas para designar cosas o acontecimientos, en vez de emplear otras del más rancio castellano y de idéntico significado. Sin duda Don Quijote se vería aquí impelido desfacer numerosos entuertos y a enfrentarse con un nuevo tipo de imaginarios gigantes o brujos, los barbarismos, que no son sino la intromisión de un lenguaje ajeno en el propio.
Revestidos de la coraza, lanza y adarga del ingenioso hidalgo, sin olvidar el famoso yelmo de Mambrino, repasemos algunos deslices que cometemos a diario tanto en prosa oral como escrita, a veces por ignorancia, otras por desidia (da pereza cambiar los rótulos de las diapositivas) y en ocasiones, por aparentar un cierto aire de prestigio internacional.
Comencemos por algo tan común como “severidad”, palabra que alude a la seriedad o rigor moral de una persona, pero que se usa como sinónimo de gravedad; no, el pronóstico no es severo, sino más o menos grave.
Otro desliz común: los ensayos clínicos controlados se realizan al azar y la asignación a grupos es aleatoria, no “randomizada” y por supuesto no es “ciega”, sino con ocultación o enmascaramiento. Hablamos de supervivencia “cruda”, en vez de global o real.
En otro ámbito, ¿qué es eso de “empoderamiento”, que suena tan feo; ¿no tenemos términos como promoción, impulso o fomento? Cuando hablamos de un paciente “inmunocomprometido”, deberíamos decir inmunodeprimido. Existe con bastante más frecuencia de lo que se piensa el error de traducir del inglés empleando palabras castellanas que poco o nada tienen que ver con el sentido original, salvo su homofonía.
Un ejemplo que será imposible subsanar es el de la medicina basada en la “evidencia”, por analogía con evidence, término que debería traducirse por “pruebas” o “verificación”. ¿Qué decir de cuando “manejamos” a un paciente? o que un proceso se hace “refractario” (que significa resistente al fuego). También es cierto que unas pocas veces la traducción, si bien correcta, es tan abstrusa que se prefiere el término original, como odds ratio, que alguno traduce por “razón de momios”, frase bastante oscura y hasta malsonante.
Quizá esta llamada de atención a la recuperación del castellano para la medicina tenga el mismo pobre recorrido que nuestro héroe manchego de triste figura, al pie de los molinos de viento; para los interesados hay excelentes manuales sobre traducción de términos médicos. Uno muy conocido es el Diccionario de Dudas Inglés-español de Fernando Navarro, autor también de numerosos artículos de actualización. No estaría mal revestirnos de esta cota de malla para resistir los embates del barbarismo, mejor con la ayuda de algún fiel escudero, que nos llame a la sensatez.