Parecería que la Nutrición, como disciplina médica, es de reciente aparición. No obstante, las prescripciones dietéticas en la Edad media forman buena parte del arsenal terapéutico hipocrático-galénico, junto a la herboristería. La recomendación de uno u otro alimento se fundamentaba en la peculiar teoría de los humores (alimentos “calientes”, “fríos”, “secos” o húmedos”). En cuanto a dietas adelgazantes, hoy tan en boga, hay pocos datos de una época en que el problema era la hambruna recurrente. No era así entre los nobles y poderosos, cuya dieta era a veces pantagruélica: hay numerosas referencias a la gota, que afectó, entre otros, al emperador Carlos I y su hijo Felipe II. En materia de dietas, es notable, aunque poco conocida, una historia del siglo X: la de Sancho I de Leon, apodado el Craso (literalmente “el Gordo”), cuya extrema obesidad –se cuenta que pesaba más de 200 Kg – le hizo incapaz para las regias tareas, y despreciado por su súbditos, fue derrocado por su tío, debiendo escapar del reino, se supone que, en vez de a uña de caballo, en carreta. Sancho buscó refugio en Navarra, donde reinaba su abuela Toda, que le conminó a solucionar drásticamente su problema de peso y recuperar el trono. Arrepentido de sus excesos, Sancho buscó remedio en el Califato de Córdoba de Abderramán III, que contaba con excelentes médicos.
Allí se encargó de su tratamiento el afamado Hasday Ben Shaprut, judío al servicio del califa. Este era un Al-Hakim o auténtico sabio, entendido no solo en medicina, sino en ciencias, filosofía, religión y artes varias. Parece que Hasday emprendió toda una drástica cura: empezó por coser la boca de Sancho, dejando solo paso para líquidos; asimismo, obligó al obeso monarca a dar largos paseos y tomar prolongados baños diarios de vapor. Una vez empezó a perder peso, llevó a cabo todo un plan rehabilitador para la flacidez de piel y debilidad muscular. Se dice que en solo 40 días llego a perder más de 100 Kg y pudo así de nuevo presentarse más dignamente, aunque aún algo recio, a batallar por su trono, que recuperó finalmente. También cuentan las crónicas que fue bastante desagradecido con Abderramán, a quien no pagó lo estipulado, varias fortalezas fronterizas. Quizá a causa de esa afrenta se dice que fue envenenado con una manzana por un noble rival. Parte de este relato se halla en el Liber Regum o Crónica Villarense, del siglo XII.
El plan de adelgazamiento de Hasday suena exagerado, ya que en tan breve tiempo se producirían graves problemas metabólicos. Pero su planificación no es disparatada, y seguramente muchos obesos de hoy se apuntarían a él sin dudarlo, a pesar de su rigor. Llama la atención la ausencia de las especulaciones galénicas que por entonces regían todo acto médico; Aun a ojos actuales, destaca el pragmatismo y lógica de su prescripción, similar a los planes saludables que modernos gimnasios y spas ofrecen a sus clientes. Queda aparte, claro, lo de la sutura de la cavidad oral, aunque, como decía un famoso torero, hay gente para todo.