Dr. José Manuel González Infante.
Cuando el médico realiza una historia clínica está confeccionando un documento que constituye el relato pato-biográfico de un ser humano, en principio, concebido desde una perspectiva naturalista; sin embargo, la escucha atenta de lo narrado por el enfermo le conducirá, indefectiblemente, a enriquecer su relato mediante contenidos que trascienden su realidad biológica, como mecanismos de correlación e integración de estratos en los que no pensó al iniciar su trabajo, pero que siempre formaron parte de su saber cómo fundamentos básicos inalienables.
En el transcurso del diálogo interpersonal que constituye la consulta médica, se le va a manifestar una realidad que conmoverá los cimientos de su capacidad empática: Se le revela el enfermo como persona. De esta forma la patografía inicial se ve notablemente enriquecida convirtiéndose en una pato-psico-biografía, que le va permitir estar en las mejores condiciones para comprender históricamente la existencia del paciente.
Nuestro mundo emocional constituye un conglomerado de sensaciones, estímulos neurohumorales y acciones expresivo-motoras, productos del funcionamiento de estructuras neuroanatómicas arcaicas. Las emociones pueden perturbar los procesos racionales, lo que no está reñido con que nos suministren un conocimiento de la realidad exterior, en muchas ocasiones, de vital importancia para nuestra supervivencia. Además, sabemos que, en el surgimiento de la emoción la actividad cognitiva tiene un importante papel determinante. En definitiva, entre las estructuras anatómicas arcaicas –sistema límbico- y modernas –neocortex- y, sus respectivas funciones: Emociones y cogniciones, existen relaciones estrechamente integradas y correlacionadas.
La puesta en valor por el médico de estos enlaces evolutivos, auténticamente psico-históricos, requiere que mencionemos sus peculiaridades y la metodología seguida por el facultativo para aprehenderlos y consignarlos con rigor en la historia clínica.
El miedo es un mecanismo de defensa frente a una hipotética situación peligrosa. Naturalmente si concienciamos –cognición- la situación de peligro, experimentaremos miedo -emoción-. Pero en muchas ocasiones la respuesta emocional es anterior a la cognición del peligro. ¿Por qué? Una determinada situación del exterior dispara las alarmas neurohumorales, sustrato del miedo, poniendo a todo el organismo en alerta. El peligro inminente activa estructuras subcorticales primitivas que facilitan acciones paleológicas defensivas inmediatas, pasivas y activas, (reacciones reflejas de K. Schneider). Es con posterioridad, cuando la cualidad de la emoción -el miedo experimentado inconscientemente- nos permitirá no sólo concienciarlo, sino además, tener conocimiento del peligro que lo desencadenó. Hay peligros que no desencadenan una emoción. Hay cosas o acontecimientos muy peligrosos que no producen miedo, son aquellos cuyo daño se da en el largo plazo. El peligro del llamado cambio climático, no es inmediato, pero las consecuencias de sus efectos podemos concienciarlas como muy peligrosas y sentir miedo. En este caso la emoción es un efecto secundario a la cognición.
El método explicativo -centrado en la búsqueda de las causas de la enfermedad- permite al médico conocer su etiopatogenia, pilar fundamental de la orientación terapéutica posterior; pero, sólo desde la atalaya de una metodológica comprensiva podrá entender al enfermo como persona, haciendo que la entrevista clínica sea una auténtica relación dialógica.
La comprensión, que para Dilthey es el método específico de las ciencias histórico-culturales, -y, a la que ya tuvimos ocasión de aludir al referir los métodos propios de la Psico-historia- consiste, en palabras del maestro Laín Entralgo, en el “proceso en que, mediante signos dados exterior y sensorialmente, conocemos su “quid” interior”; es decir, el proceso que nos permite entender la intencionalidad y comprender el sentido de lo que nos refiere nuestro paciente en la consulta.
La búsqueda de relaciones de sentido entre las vivencias expresadas y la actitud psíquica actual del sujeto, sería una búsqueda de motivos que nos permitan comprender su conducta actual; pero además, el médico debe poner en relación las vivencias del enfermo con su desarrollo histórico-biográfico, es decir, sería investigar la continuidad de sentido.
La metodología comprensiva va a permitir al médico poder prescindir de la literalidad de las palabras del paciente, para profundizar en el significado inconsciente de lo que realmente nos quiere transmitir; por lo general, una proposición llena de emociones conflictivas fuertemente reprimidas. Su mímica, sus posturas corporales, su actividad motriz, analizadas empáticamente por el médico, permitirán a éste elaborar un historial clínico que, trascendiendo la mera descripción de unos signos y síntomas, le permitan comprender el significado de los mismos en la totalidad de la existencia del enfermo.