¿Es lo mismo el «Dato Histórico» que el «Hecho Histórico»?

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Por José Manuel González Infante

No resulta infrecuente que la primera interpretación que haga de un dato histórico un historiador novel, se aparte de la auténtica realidad histórica, si no tiene en cuenta en su análisis otras realidades espacio-temporales, sociales, culturales, etc., ya que aunque el dato histórico es el fundamento documental para el adecuado conocimiento de algo, ni indica sus causas, ni sus consecuencias, sólo es la señal que dirige la atención del investigador hacia ese algo concreto. El proceso interpretativo implica que el historiador actuará conformando el dato aportado, en definitiva, convirtiéndolo en hecho histórico, consiguiendo así dar forma a la totalidad del relato histórico del que el dato formaba parte junto a otros.

Cuando nos servimos de fuentes escritas donde se consigna lo “sucedido” mediante su “narración”, como ocurre en las Crónicas, nuestra interpretación del texto escrito nos exige conocer otras realidades afines al acontecimiento referido, relacionadas con sus posibles causas determinantes y sus consecuencias.

Para no perdernos entre consideraciones metodológicas historiográficas especializadas, remito al lector a un hecho histórico que hemos tenido ocasión de comentar en un artículo anterior, en ésta columna: La Farsa de Ávila. (González-Infante: “Vínculos entre el hecho histórico y el tiempo histórico”).

¿Cómo efectuamos –entonces- el análisis de este hecho histórico? Tras su fiel descripción -documentada sobre fuentes cronísticas escritas- situamos el acontecimiento en un lugar concreto –exterior de la muralla de Ávila– y en un tiempo determinado –5/junio/1465-. Estas coordenadas espacio-temporales nos permitían registrar con la precisión necesaria lo que aconteció. Pero para su interpretación tuvimos que servirnos de otras realidades historiográficas que consideramos involucradas causalmente con el acontecimiento. En relación con lo narrado en la Farsa de Ávila, fueron dos las realidades históricas de las que nos servimos para su comprensión e interpretación; una, la rebelión nobiliaria por la que pasó el reinado de Enrique IV, que representaba un “tiempo de coyuntura” de singular valor causal, y otra, la persistencia en el pensamiento tardo-medieval de contenidos mágico-míticos, es decir, la importancia causal de una “estructura histórica” propia de la investigación historiográfica, correspondiente al “tiempo histórico de larga duración” (BRAUDEL). La primera nos permitió comprender los motivos que los autores de los hechos tuvieron para llevarlos a cabo y, la segunda, interpretar la extraña ceremonia –aparentemente incomprensible y sin sentido, en nuestros días- de la que se valieron los conjurados.

El relato que comentamos permite sostener y ampliar un poco más nuestra investigación historiográfica, si nos fijamos en dos de los personajes que concurren al destronamiento, presenciado por muchos nobles señores partidarios del príncipe Alfonso. Uno de ellos interviene activamente –el Arzobispo de Toledo, Carrillo- el otro –Juan Pacheco, marqués de Villena- sólo está presente. La actuación en el acto del Arzobispo Carrillo está inducida fundamentalmente por “su fe en la magia”; el marqués de Villena, sin embargo, es el autor intelectual de todo lo que acontece, motivado por su insaciable deseo de poder y su desprecio y rencor a Enrique IV –él fue el cabecilla de la rebelión nobiliaria-.

Obsérvese cómo, además de servirnos para nuestra comprensión e interpretación del Acto de Ávila, de dos distintos niveles de tiempo histórico (BRAUDEL): uno, tiempo de mediana duración o de coyuntura en el que se incluye “la rebelión nobiliaria”, y otro, tiempo de larga duración o estructural que integra el “pensamiento mágico-mítico”, nos hemos permitido también hacerlos interactuar con los rasgos psicológicos de dos significativos personajes de ésta acción: El arzobispo Carrillo, de marcada afinidad por lo mágico y, Juan Pacheco, poseído por la soberbia y el afán de poder, inductor intelectual de la rebelión contra el rey.

Ahora podemos estar ya en mejores condiciones que al principio, para dar respuesta a la interrogante con la que hemos encabezado ésta columna. Intentémoslo.

Los datos históricos constituyen el fundamento documental imprescindible para el conocimiento preciso de un acontecimiento. El relato de la consumación del acontecimiento en un determinado lugar y tiempo, recogido documentalmente, es un hecho histórico. Partiendo de lo formulado en ambas premisas, podemos dar un paso más en el conocimiento del proceso histórico.

La investigación historiográfica consistirá en el esfuerzo intelectual del sujeto/investigador tratando de comprender e interpretar su objeto -el hecho histórico- desde el conocimiento interdisciplinario más amplio posible. Porque como acertadamente afirmaba D. José Ortega y Gasset, “sólo el pensar tiene y da forma a lo que carece de ella” (p. 87 de “Kant. Hegel. Dilthey”. Rev. Occidente. 1961).

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