Con gran acierto, la OMC ha incluido en su Web un apartado dedicado a informar sobre fraudes médicos y recoger denuncias. Muchas entidades oficiales y sociedades ofrecen servicios similares, ya que la era digital ha traído una enorme proliferación de esta modalidad delictiva. No resulta extraño que timadores y pillos de toda índole utilicen la medicina para ejercer su lucrativo oficio, pero llama la atención otro sector de lo que llamaremos Pseudomedicina, en la que la práctica de terapias alternativas, basadas en presupuestos fantásticos y acientíficos, constituye solo parte de un sistema estructurado de creencias, que abarca desde el chamanismo más primitivo hasta la trama de la “Nueva Era”. Y llama la atención porque, si bien no sorprende que algún cerebro desequilibrado o inmaduro elabore una teoría cosmológica-antropológica disparatada, si lo es que ésta, a pesar de su evidente sinsentido, cale profundamente en personas por otra parte de conducta racional y organizada.
No estamos en ese mundo positivo que Comte augurara para el siglo XX, y que la Historia se encargó de derribar; hizo crisis la idea de progreso continuo, del sentido de la Historia, del influjo benéfico de la ciencia y la técnica. Los luctuosos hechos acaecidos en el siglo XX y los que aún continúan, han socavado el optimismo positivista y la idea de modernidad. La globalización del conocimiento satura las mentes, se conoce cada vez menos de más cosas y se busca dar la impresión de que se sabe. La ilustración es un bien de consumo y no un objetivo personal. Gracias a esta superficialidad, se ha extendido la creencia en una conspiración desde los estamentos sociales clásicos (Estado, mercados, profesionales) y se desconfía de las tesis del Establishment. La medicina oficial es para algunos un corporativismo oscurantista, que busca más enriquecer a su clase y a la industria farmacéutica que procurar la salud universal. En este clima, renacen las viejas ideas de búsqueda del Arjé, principio universal regidor de cuerpos y almas, cuyo conocimiento otorga la posibilidad de modificar las leyes naturales, y por tanto obtener la curación o evitar la enfermedad. Así, se presentan conceptos como lo natural, las corrientes energéticas de todo tipo, los lugares de poder y otros tantos nombres sonoros, pero carentes de significado concreto. Aparecen líderes iluminados por estas ciencias ocultas, de personalidad calificable como manipuladora e histriónica en diversa sofisticación, desde lo grotesco del brujo de aldea hasta el embaucador de alta sociedad. Peligroso camino que puede conducir hacia sectas destructivas, que utilizan los métodos curativos alternativos como modo de captación de adeptos. Capítulo aparte merecería el estudio del motivo por el que bastantes colegas, así lo parece, creen honestamente en la homeopatía o la iridología, aunque jamás se demostró ni su fundamentación científica ni su efectividad en ensayos controlados. Sus aparentes resultados positivos en casos puntuales son explicables por el efecto placebo o por tratarse de conflictos emocionales que se resuelven con amabilidad y atenta escucha y no con millonésimas de principio activo. Y es que quizá sea verdad que la Razón engendra monstruos, en los que consolar nuestra radical precariedad.