
La investigación psicohistórica, como cualquier otro estudio historiográfico, nos permite interpretar la realidad de los hechos históricos, enriqueciendo así nuestro caudal de experiencias con las que contar para enfrentar el futuro; para lo que se hace imprescindible respetar ciertas reglas básicas, como el ámbito espacio-temporal en el que tuvo lugar el hecho estudiado, las expectativas, el conocimiento y las intenciones de los sujetos intervinientes en el hecho histórico, etc., en definitiva, las múltiples circunstancias que conforman su contexto.
En un Ensayo que realicé en 2006 sobre Enrique IV de Castilla consideré que ciertos comportamientos del rey podían ser explicados como propios de un mecanismo regresivo de su personalidad, coincidente con el descrito por el psicoanalista S. ARIETI como “regresión teleológica”. Esta conclusión se sustentaba en el análisis individualizado de la conducta del rey. Sin embargo, cuando en el curso del estudio abordé la biografía del personaje y sobre todo, la estructura organizativa de la Sociedad Castellana Bajomedieval, es decir, el contexto en el que se produjo el comportamiento del monarca, cambié mi criterio inicial, interpretando su conducta como escorada a la anormalidad, pero acorde con las circunstancias de la época en que vivió. Alertado ya de la importancia del contexto socio-cultural para la investigación psicohistórica, cuando algunos años después abordé el estudio de otro rey castellano, Pedro I, tuve muy en cuenta el contexto sociopolítico y cultural del momento, lo que me llevó a concluir que la agresividad que se le atribuye a este rey, era en gran parte, producto del aprendizaje medio ambiental en que vivió, es decir, más próxima a lo epigenético, que a lo propiamente genotípico.
Hace unos dos meses nos vimos sorprendidos por la carta que el presidente de México, López Obrador, dirigía al Rey de España y a S.S el Papa, rememorando un hecho histórico de más de quinientos años y exigiendo la petición de perdón de ambos, por la presunta violación de los derechos humanos de los aborígenes americanos. En la referida carta se califica el comportamiento de Hernán Cortés en la conquista de México como “tremendamente violento, doloroso y transgresor”. Los dos primeros epítetos son meros juicios de valor que apelan a los sentimientos de la población a la que se pretende convencer de lo acertado de la petición que se formula, por eso me referiré solamente al último de ellos que pretende sustentarse sobre un hecho real al que manipulado convenientemente, se le priva de su auténtico sentido; se trata de una apreciación errónea ya que el juicio de residencia de Hernán Cortés fue un proceso judicial no sancionador sino de control, como todos los juicios de residencia a que se vieron sometidos muchos otros virreyes, gobernadores y autoridades de Indias por la Corona. Por si fuera poco, por circunstancias diversas, Cortés no resultó condenado, pero tampoco absuelto, ya que su muerte dejó inconcluso el juicio de residencia. Por todo lo cual sus actos “violentos”, y “transgresores” no pueden ser calificados más que “de presuntos”. Pero lo que querría destacar aquí es la existencia de un claro ejemplo de descontextualización de un hecho histórico, por el que se despoja, consciente o inconscientemente, a éste de la información propia de su tiempo histórico, -única manera de mantener íntegro su significado- impidiéndose además, la posible reconstrucción y recuperación del sentido auténtico del mismo.
Estos son los gravísimos resultados que para la investigación histórica tiene el prescindir del “tiempo histórico”, lo que, en definitiva no deja de ser una manera de desinformación, hecho de una extraordinaria relevancia en ésta sociedad a la que nos referimos frecuentemente como Sociedad de la Información y del Conocimiento. Todo lo que implique generar desconfianza y, la desinformación lo hace, debilita notablemente nuestra capacidad comunicativa. Es así como los medios de comunicación al tener la capacidad de procesar el conocimiento y las ideas generando significados, pueden destruir o favorecer la confianza, principal fuente de su poder social y cultural.
Se desinforma cuando se oculta la información, pero también cuando se satura indiscriminadamente a la gente de información y, sobre todo, cuando se manipula intencionadamente la información. La propaganda es una forma de información muy frecuentemente utilizada por el hombre desde su más remoto pasado, pero en nuestra época, gracias al desarrollo de los medios de comunicación, ha extendido su poder de influencia sobre amplísimos sectores de la población, se ha universalizado. La propaganda está mucho más al servicio del convencimiento que de la verdad, por eso valiéndose de hechos verídicos manipulados, es decir, incompletos, no contrastados y partidistas, se interpretan desde la subjetividad más reaccionaria, apelándose, además, a los sentimientos de la población a la que se dirigen.
Cuando se prescinde del tiempo histórico, cuando se descontextualiza un acontecimiento se le priva del sentido que tuvo respecto a las originales circunstancias en que se produjo, se le deslegitima. Pero si además se usa intencionadamente para convencer a otros, se atenta contra dos principios básicos de la ética deontológica: la Justicia y la Libertad
José Manuel González Infante