Es ardua tarea la de expresarse con propiedad y trasladar conceptos médicos al lenguaje común y hacerlos fácil de entender, al menos en lo esencial. Eso de la comunicación es asignatura pendiente para muchos médicos, y disciplina que se echa de menos en el currículo universitario, junto a la oratoria, otra gran carencia en nuestra profesión, que origina tediosas presentaciones, acogidas con indiferencia o bostezos. Asistimos a un cambio de paradigma en la relación médico paciente, en el que no sólo es conveniente, sino imprescindible, adquirir conocimientos y herramientas en comunicación. Tanto en aras de un mejor servicio para nuestros enfermos y sus deudos, como medio de evitar desagradables situaciones, como reproches y reclamaciones, administrativas o judiciales.
El modelo actual busca promocionar la autonomía del paciente, en un clima de negociación. Esto significa dar una información veraz, amplia, y entendible de lo que le afecta (diagnóstico), cómo le afecta (pronóstico) y como se puede solucionar (terapéutica). Y además, con delicadeza y manifestando comprensión afectiva (empatía). Ahí entra la habilidad personal, que muchos aprendimos a base de errores y observar a nuestros tutores. Afortunadamente, hay disponibles numerosos cursos, muy recomendables, para mejorar las habilidades de comunicación en medicina. No es una actividad formativa menor: el derecho a la información se encuentra recogido en la Ley General de Sanidad de 1986 y en la Ley 41/2002, de autonomía del paciente. El art 4.1 de esta última dice: “La información, como regla general, se proporcionará verbalmente dejando constancia en la historia clínica”. Y debe ser por escrito en procedimientos que suponen riesgos o inconvenientes notorios, aunque muchas veces se pasa un formulario a la firma del paciente de modo rutinario, sin información verbal alguna. Hay excepciones a esta regla: una de ellas que permite obviar la información, debido a la “existencia acreditada de un estado de necesidad terapéutica, si el conocimiento puede perjudicar su salud de modo grave” (art. 5.4). Esto sería aplicable a informar del padecimiento de una enfermedad incurable a un paciente con depresión grave. Otra excepción es, por supuesto, la presencia de una urgencia vital. Hay algunas lagunas en cuanto a quien más, parte del paciente, se debe proporcionar la información, por lo que se aconseja preguntar. Y es conveniente consultar si existe registro de Voluntades Anticipadas. Si añadimos que, con las redes sociales, el acceso a la divulgación médica, tanto veraz como disparatada, es universal, se comprenderá que debamos ser muy prudentes a la hora de comunicar. El impacto emocional, el ambiente y la comunicación no verbal (gestualidad, silencios) tienen gran importancia. Pero que no cunda el desánimo: no podemos actuar con miedo ni con recelo. La mayoría de las veces se establecerá una relación de confianza, que evitará malentendidos o reclamaciones. Eso sí, dependerán en gran medida de nuestra capacidad de empatía y comunicación. Solo que debemos ser algo más cuidadosos en las formas y en el lenguaje, para que la práctica de la medicina siga siendo una experiencia muy gratificante, a pesar de todos los sacrificios a que obliga.